Por Felipe Ciprian
Aunque el contenido del pacto aprobado, firmado y respaldado por el liderazgo político-social estuvo precedido de una consulta nacional amplia, me sorprende ahora que quedaran sueltos cabos tan importantes como la gestión educativa privada como negocio.
En mayo de cada año estalla el aumento de la matriculación y mensualidad en los colegios y en agosto viene la tolvanera porque los libros que “recetan” los centros privados de enseñanza han sido cambiados y/o son carísimos, mientras que los que se entregan gratuitamente en las escuelas públicas nunca están a tiempo.
Si después del Pacto Nacional para la Reforma Educativa, efectuado pomposamente el pasado 1 de abril de 2014 en el Palacio Nacional, se abre un conflicto porque los propietarios de colegios privados decidieron aumentar entre 30 y 50 por ciento del precio de sus servicios, tengo dudas de que este tipo de compromiso se cumpla porque eso debió establecerlo el acuerdo.
Así como el gobierno está haciendo una cuantiosa inversión en educación y los profesores se han comprometido a no paralizar la docencia, a aprovechar el tiempo y a capacitarse continuamente, era de suponerse que los empresarios de la educación privada harían algún nivel de sacrificio para dar un empujón decisivo a la enseñanza.
Pero parece que no. Parece que el Pacto se quedará en que el gobierno invierta más y los profesores se consagren a su labor docente, mientras el negocio de la educación privada sigue timando a la clase media de este país como si la prioridad fuera la ganancia, no la faena formativa.
Aunque siempre consideré positivo que se discutiera y se firmara el Pacto, no aporté ninguna sugerencia porque el único país del mundo que cuenta con todas las leyes necesarias, los estudios, los análisis y los planes para echar a andar las cosas bien es República Dominicana, pero resulta que eso tiene el mismo valor que una poesía romántica, que suena muy bien pero con su rima y su sonoridad no se puede curar la manía.
Si hubiese tenido que aportar ideas para el Pacto mi primera sugerencia fuera dar un plazo de cuatro años para que todos los colegios privados de educación formal y las escuelas de idiomas desaparecieran y sus instalaciones y personal se dedicara a otras labores –por ejemplo a vender pizzas y teléfonos móviles- porque el sistema educativo hasta el nivel universitario sería público, obligatorio y financiado enteramente por el Estado.
La educación no puede estar influida ni dirigida por negociantes, sino por maestros, por formadores, por gente con sentido ético, jamás con el cálculo frío de cómo ganar más.
Pero no se puede pedir a una oveja que de su preñez nazca una cigua palmera. En este país donde ser un avivato es una virtud, la educación como la salud y el sistema de seguridad social seguirá dependiendo del grado de especulación y tigueraje que tengan quienes han hecho de ellos un negocio y de quienes lo permiten pese a ser autoridades.
Qué lejos estamos de crear una nación decente donde se viva un poco más allá del todo se compra y se vende.
Suerte que las personas tan malvadas –aunque no tomen mucho esto en cuenta para fortalecer su avaricia- no duran tantos años engañando y abusando de las más tímidas y timoratas.
Creo que tengo sentido de lo difícil de la tarea, pero me niego a renunciar al optimismo esperando que un día se vuelva realismo.
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